Rutina y énfasis
por Gustavo Gabriel Otero
Buenos Aires, 17/05/2024 - Sin demasiada creatividad el Teatro Colón repuso la puesta, estrenada en 1993 y vista por última vez en 2019, de Turandot de Giacomo Puccini como magro homenaje al centenario del fallecimiento del compositor.
Se programaron nueve funciones con dos directores de orquesta diferentes, tres protagonistas en el rol del título, dos tenores para Calaf y tres sopranos para Liu, en el resto de los personajes se alternaron dos artistas y en algunos tres. La versión, en el día del estreno, fue muy correcta sin grandes puntos para destacar. Las localidades estaban agotadas desde hace meses para todas las representaciones y fue notable el éxito de público ante las inmortales melodías del gran compositor de Lucca.
Rutinariamente se optó por el final breve habitual de Alfano y se cortó el fragmento ‘Del primo pianto’ que canta la protagonista. A la rutina, se puede adicionar que no se abrieron los pequeños cortes que se hacen en la partitura en la primera escena del segundo acto a cargo de Ping, Pang y Pong, y que no se restituyó la partitura original en la frase ‘¡Ti voglio tutta ardente d’amor!’ de Calaf en el final del segundo acto siguiendo la tradición de cantar un agudo extrapolado en la palabra ‘ardente’.
Veronika Dzhioeva fue una muy correcta Turandot. Es una cantante muy inteligente que gradúa eficazmente sus recursos vocales para no defraudar en uno de los roles más difíciles del repertorio. Si su agudo no es bello lo compensa con algunas frases de extrema sutileza poco comunes en las intérpretes de la princesa de hielo.
El tenor Marcelo Puente aportó el porte perfecto, el caudal adecuado y el color vocal suficiente para encarar a Calaf. Pudo mostrar fuerza, redondear frases de cuidada expresividad y superar la potente orquestación pucciniana magnificada por la dirección musical.
Jaquelina Livieri brilló con su Liù. Su emisión fue perfecta, con interpretación convincente, agudos de acero, pianísimos, y filados de extraordinaria factura.
Lucas Debevec Mayer fue un Timur con todo lo que requiere la partitura. Las tres máscaras que compusieron Omarr Carrión (Ping), Darío Schmunck (Pang) y Carlos Ullán Spina (Pong) debieron luchar contra las sonoridades orquestales que fueron impiadosas. Son tres profesionales de fuste que salieron airosos del compromiso y amalgamaron adecuadamente sus voces.
El resto del elenco fue correcto. Mientras que el Coro Estable tuvo un inicio un poco estridente, pero se afianzó durante la representación y fue amoldándose a las sonoridades orquestales logrando ser uno de los triunfadores de la velada, en una obra donde el coro es un gran protagonista. El coro de niños, en su breve intervención, mostró muy buena preparación y prestación.
Carlos Vieu, en la dirección musical, prefirió destacar los momentos de fuerza y grandes masas por sobre el cuidado del adecuado balance entre foso y escena.
Se utilizó la idea original y los bocetos escenográficos que creó en 1993 Roberto Oswald con las adaptaciones realizadas por el artista en 2006. Todo el planteo es monumental con uso de escaleras, rampas, diversos planos, colosales estatuas y un gong enorme como abrazado por dragones. El vestuario de Aníbal Lápiz fue un complemento perfecto de la concepción visual. La reposición de la dirección de escena a cargo de Aníbal Lápiz respetó la concepción original de Oswald -que falleció en 2013- con buen manejo de las masas y los solistas. Eficaz el diseño de luces de Rubén Conde.