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Dido y Eneas en Bellas Artes

Por José Noé Mercado

«Todo te desvela.

Todo lo que haces lleva tu firma.

Todo es un autorretrato»

Diario: una novela

Chuck Palahniuk

En lo que a simple vista parecería un título fuera de su rango de Compañía Nacional, la Ópera de Bellas Artes presentó cuatro funciones de la célebre tragedia Dido y Eneas (1688) del compositor Henry Purcell, cumbre del barroco inglés, que cuenta con texto del poeta Nahum Tate (1652-1715), basado en su obra teatral Brutus of Alba or The Enchanted Lovers y el Libro IV de la Eneida de Virgilio (70 aC-19 aC).

Ante la relativa brevedad de esta ópera (o más exactamente mascarada), de alrededor de 50 minutos, las presentaciones realizadas los pasados 8, 11, 13 y 15 de diciembre en el Teatro del Palacio de Bellas Artes se abultaron con una primera parte compuesta por Dos Suites pertenecientes a The Fairy Queen, editadas por William Leonard Reed (1910-2002).

El hilvanado del programa con la Primera (Prelude. Rondeau. Giga. Hornpipe. Dance for the Fairies) y Segunda Suite (Air. Monkey’s Dance. Dance for the Followers of Night. Chaconne), con la orquesta y el director Iván López Reynoso sobre el escenario, dejó la sensación de que hubo necesidad de ofrecer un aperitivo o un relleno, según quiera verse, pero, en cualquier caso, la certeza de que la obra principal era en sí misma de dimensiones insuficientes. Y al tratarse de un compositor de la relevancia histórica de Purcell, ciertamente no por la calidad de la música, sino por su elección para formar parte de la temporada, de nuevo, de una compañía nacional de ópera con un número limitado de presentaciones, lo que supone elecciones con la mayor justificación y aprovechamiento de fuerzas y recursos posible.

El formato compacto de las funciones, en el que solo participó una veintena de músicos de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, correspondió al planeado para los momentos más álgidos de la pandemia. De hecho, el programa estaba contemplado para abrir la temporada 2022, pero fue aplazado —por razones no explicadas— para más bien cerrar el año.

Como único antecedente, Dido y Eneas de Purcell se había presentado en Bellas Artes, en versión de concierto, con la Orquesta Sinfónica Nacional en 1971 y, en un foro más reducido para transmitirse de manera virtual en 2020, como parte del Festival del Centro Histórico, con la Orquesta y Coro de la Academia de Música Antigua de la UNAM, bajo la dirección musical de Jorge Cózatl y escénica de Yuriria Fanjul.

Por todo lo anterior, sin demasiado análisis, parecería que Dido y Eneas estaba fuera del rango que podría (y acaso debería) cumplir la Ópera de Bellas Artes, como la principal instancia productora de ópera del país. Aunque más allá de las consideraciones de tamaño, están también las del tipo de repertorio y especialidad de éste; es decir, el perfil de una compañía o teatro en particular. Durante décadas, y acaso a lo largo de su historia, Bellas Artes se distinguía como una institución lírica de repertorio clásico. Es probable que su rostro haya cambiado u oscile, si se toma en cuenta, por ejemplo, su temporada 2022, con algunos estrenos y títulos alternativos a los tradicionales.

En esta nueva producción de Dido y Eneas solo un par de participantes destacaron en sus semblanzas curriculares consignadas en el programa de mano incursiones previas en el barroco. Para la mayoría, fue su primera vez en estilo y periodo. Con todo y la propositividad de ampliar sus horizontes y las buenas intenciones artísticas, el resultado debe estimarse bajo esas premisas parecidas a las de un buque escuela.

Matizado lo anterior, el rol de Dido, la doliente, amorosa y suicida reina de Cartago, fue cantado por la mezzosoprano Cassandra Zoé Velasco, quien con su tonalidad oscura y técnica solvente logró ofrecer frases elegantes, si bien emocionalmente sobrias. El momento cumbre de su interpretación llegó, por supuesto, con el lamento ‘Thy hand Belinda… When I am laid in earth’. Su enamorado, el disciplinado guerrero de Troya, Eneas, encomendado al barítono José Adán Pérez, por el contrario, ofreció una emisión de naturaleza romántica, de ancho vibrato que poco a poco, durante sus escasas intervenciones en la obra, intentó comprimir.

Las voces y desde luego las presencias escénicas gráciles de las sopranos Arisbé de la Barrera (Belinda) y Angélica Alejandre (Primera bruja, Segunda mujer) se proyectaron con belleza, igual que ocurrió con el Espíritu de la mezzosoprano Alejandra Gómez, si bien es cierto que sus participaciones vocales son también breves, casi diminutas, como para hacer mayores comentarios. Con otro tipo de soltura en la emisión, más desparpajada, se escucharon Belem Rodríguez (Hechicera), Fernanda Allande (Segunda bruja) y Rodrigo Petate (Primer marinero).

Los debuts barrocos ya apuntados (alguno incluso debut en el recinto), supone participaciones con búsquedas del sonido y el estilo propicio para la obra y sus papeles, además de que en ciertas interpretaciones traslucieron detalles, influencias o manierismos de grabaciones conocidas de la obra. No es la idea desestimar el rendimiento de cantantes jóvenes, talentos nacionales en crecimiento por lo demás, pero los aplausos sin reparo sería transitar al terreno, para nada saludable, de la condescendencia.

La puesta en escena, con desniveles y recuadros a manera de vitrinas, fue firmada por Ruby Tagle, con diseño de escenografía e iluminación de Jesús Hernández, vestuario de Carlo Demichelis y maquillaje de Cinthia Muñoz. En lo general, la propuesta —alejada de lo conceptual— plasmó cuadros contemplativos, lienzos con destellos de vida emanada de los colores del ciclorama al fondo y del cuerpo de bailarines, cuya elemental coreografía engarzaron en conjunto con Tagle.

El Coro del Teatro de Bellas Artes (con numerosas, rutinarias y cansinas entradas y salidas por las puertas laterales) fue preparado por James Demster y consiguió un sonido uniforme, de buen ensamblaje con el conjunto.

La reducida orquesta del recinto bajo la dirección concertadora de su titular, López Reynoso, contó con refuerzos en la tiorba, en la guitarra barroca y en el clavecín. La pericia y el instinto musical del director, quien fraseó el texto de la obra de cara a sus intérpretes y terminó con lágrimas de emoción que secó con un pañuelo blanco, deben estimarse positivas dentro de lo aspiracional que resulta su ímpetu por abordar una obra nueva y distinta en su repertorio; con jóvenes mexicanos en el elenco y una agrupación especializada en otro tipo de compositores y óperas, pero que al cabo pudo moldear para adecuarla a sus ideas sonoras. Los tempi veloces, sus dinámicas para apoyar a los solistas, color y peso para darle rostro a su sonido es cuestión de gustos. Hubo mínimos desajustes, ya desde la primera parte, perfectibles en la fusión instrumental.

Resta un concierto navideño este 18 de diciembre para la Ópera de Bellas Artes, cuya temporada 2022, aún condicionada en cierta medida por la pandemia, confeccionó una programación ecléctica de títulos. La lista de obras para 2023 ya está definida, pero por razones de sigilo pudoroso aún se resguarda bajo llave. ¿Llegará un próspero año nuevo?

 


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