Bailando sin Eurídice
Gustavo Gabriel Otero
Nueva puesta del la obra de Gluck sin nada interesante para destacar: parece casi como un ballet cantado en el que Eurydice decide abandonar a Orfeo.
Buenos Aires, 08/11/2019 - Con nueva puesta en escena regresó al escenario del Teatro Colón Orfeo y Eurídice de Gluck en una versión sin nada interesante para destacar.
Carlos Trusnky remarcó en su puesta las partes coreográficas por sobre la actuación y el canto, por lo que la obra se presentó casi como un ballet cantado. El Coro Estable actuó desde el foso y en el escenario solo estaban los solistas y los bailarines. El peso de lo danzado con estética contemporánea fue primordial y las marcaciones actorales de los solistas no parecieron demasiado desarrolladas.
Trunsky enfatiza con los bailarines una visión del histórico homoerotismo de la Grecia antigua, sólo hay una bailarina que hace las veces de Perséfone, mientras que el Amor tiene características femeninas aunque viste pantalones lo que hace ambigua su figura. Los cuerpos masculinos desnudos en la segunda parte enfatizan esta visión centrada en lo masculino y en lo homoerótico. Orfeo no es aquí el decidido cantor sino un dubitativo y perturbado personaje. A su vez Trunsky cambia deliberadamente el final de la obra: Eurídice elige y decide dejar a Orfeo retirándose hacia atrás con Perséfone y con uno de los bailarines. En pleno homenaje al amor, Orfeo queda solo, dubitativo y habiendo perdido definitivamente a Eurídice. Naturalmente el coreógrafo y director escénico hace cortar la última intervención cantada de Eurídice para arribar a este final no deseado por los autores de la obra pero que, además, lo aleja del mito griego ya que la pérdida de Euridice no ocurre por su propia decisión sino porque Orfeo la mira antes de lo momento pautado.
El vestuario de Jorge López plantea un Orfeo en traje masculino actual, un andrógino Amor, reminiscencias griegas en Eurídice y distintas caracterizaciones creativas para los bailarines.
La escenografía de Carmen Auzmendi presenta a la ruidosa plataforma giratoria con escaleras y muros que no conducen a ningún lado, telones negros y líneas geométricas. La primaria iluminación de Rubén Conde solo sirvió para acentuar el tedio producido por una escenografía negra y sin matices.
Manuel Coves en la dirección musical no pasó de la discreta medianía obteniendo una respuesta profesional por parte de la Orquesta Estable. El Coro -relegado y escondido en el foso- cumplió su cometido con dignidad.
Nada sobresalió en la faz vocal solista. Así el contratenor Daniel Taylor como Orfeo mostró un volumen pequeño, falta de graves, poca expresividad y fraseo rutinario. Sólo su momento solista más importante (Che farò senza Euridice) cantado casi al borde del foso orquestal tuvo algún rasgo de calidad. Marisú Pavón fue una Euridice que sin descollar cumplió con los requerimientos de la parte; mientras que la soprano canadiense Ellen Mc Atter fue un correcto Amor.
Fotos: Prensa Teatro Colón /Máximo Parpagnoli. Prensa Teatro Colón / Arnaldo Colombaroli.
Teatro Colón. Christoph Willibald Gluck: Orfeo y Euridice. Ópera en 3 actos (en esta versión: en 2 actos). Libreto de Raniero de Calzabigi. Carlos Trunsky, dirección escénica y coreografía. Carmen Auzmendi, escenografía. Jorge López, vestuario. Rubén Conde, iluminación. Daniel Taylor (Orfeo), Marisú Pavón, (Eurídice), Ellen Mc Ateer (Amor). Emanuel Ludueña, Mauro S. Cacciatore, Matías Viera Falero, Juan D. Camargo, Federico Amprino, Julián I. Toledo, Gerardo Merlo, Federico Cáceres, José Benitez, Germán Haro, Emilio Bidegain y Teresa Marcaida, bailarines invitados. Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón. Director del Coro Estable: Miguel Martínez. Dirección Musical: Manuel Coves.