Piotr Beczala en São Paulo: el anuncio de la primavera
Sala São Paulo, 3 de mayo de 2022 (Temporada de Cultura Artística). Las orejas estaban oxidadas. O, mejor dicho, digitalizadas, adictos al audio que sale de los altavoces. Con una pandemia y una política de aislamiento lírico, la última gran estrella internacional en pisar un escenario paulista fue Joyce DiDonato, en octubre de 2019, como parte de la temporada de la Sociedade de Cultura Artística. Finalmente, el 3 de mayo tuvo lugar el esperado recital del tenor polaco Piotr Beczala, originalmente previsto para noviembre del 2020, el terrible año del Covid. Más que un soplo de aire fresco para los oídos líricos, el evento fue la apertura de la actual temporada de Cultura Artística luego de dos años de suspensión. Esta es la primera gira sudamericana de Piotr Beczala, en la que actúa acompañado del pianista alemán Camillo Radicke. “¿Qué es la Italianità? Es seguir todas las indicaciones [colocadas por los compositores en las partituras]. En mi opinión, eso es italianità", dijo Beczala en la clase magistral que dio la víspera, en la USP Universidade de São Paulo , a estudiantes de la USP y de la Unicamp, pero advirtió: "el manierismo está a un paso de la verdadera italianità". Para él, entonces, son los grandes compositores italianos quienes llevan al cantante a la verdadera musicalidad italiana. Fue con Verdi guiando su italianità que comenzó un recital en el que predominaron las arias italianas y las canciones de cámara. Beczala comenzó con la misma audacia con la que el duque de Mantua se presenta en la ópera Rigoletto de Verdi. Desde el principio, con Questa o quella, ya ofreció al público de la Sala São Paulo su bello fraseo y, sobre todo, con la potencia de su agudo preciso y penetrante, tan familiar para quienes, como yo, ya habíamos tenido la oportunidad de escucharlo en vivo. Como manda Verdi en la partitura, su Duque canta con elegancia, pero no deja de revelar un carácter voluble, “mobile” –que más adelante en la ópera atribuirá irónicamente a las mujeres– en la apoggiatura añadida al “mi punge” al final de la aria. En el Singers' Studio del Metropolitan Opera, disponible como podcast, Beczala reconoce que es mucho más Werther que el Duque de Mantua. Sin embargo, Rigoletto es una parte importante de su repertorio. Aunque su voz es un poco más oscura de lo deseado para el papel, la brillantez de sus agudos le da vida a su Duque. En la segunda aria de la velada, Beczala no solo siguió con el mismo compositor, Verdi, sino también en la misma clave y en el mismo compás. Sólo pasó del allegretto del intrascendente duque al allegro giusto de la barcarola que, disfrazado de pescador, canta el rey Gustavo III o, según la versión, Riccardo, conde de Warwick, en el primer acto de la ópera Un Ballo in Maschera, dirigiéndose a la vidente Ulrica. Como buena barcarola, es un aria cuya melodía presenta un notorio movimiento ondulatorio. También cuenta con dos secciones contrastantes, una más en legato y la otra, más impetuosa, en staccato. Beczala y Radicke supieron marcar este contraste variando estilo, tempo e intensidad, sin caer en la exageración. Lo que más llamó la atención y levantó polémica entre el público lírico, sin embargo, fueron dos saltos descendentes de casi dos octavas, yendo desde un la agudo hasta un do grave, en “irati sfidar” y en “le forze del cor”, el último dos líneas de la segunda y cuarta estrofa, justo antes de las secciones staccato. Aunque estos saltos están en la partitura, es común que los tenores con voces más ligeras opten por bajar solo a la octava media. Beczala, sin embargo, tiene el bajo y, naturalmente, los hizo. Y no era la primera vez. Ya se pudieron escuchar en 2016, en la producción del Ballo de la Ópera de Múnich, disponible en vídeo, donde, bajo la batuta de Zubin Mehta, compartió escenario con la gran Anja Harteros. Después de Mattinata de Ruggero Leoncavallo, Beczala volvió a Verdi, con Quando le sere al placido, de la ópera Luisa Miller, y Ah, sì ben mio, de Il Trovatore. En contraste con las dos arias cantadas anteriormente, estas son más lentas, más líricas, más dramáticas. En la primera, Rodolfo recuerda los días felices que pasó con Luisa Miller, la amante que creía que lo engañaba. En la segunda, Manrico estuvo a punto de casarse con Leonora. Tanto el canto de Beczala como el delicado piano de Radicke mostraron un hermoso legato. Su dramaturgia fue más fluida cuando pasó por Il Trovatore, ópera que estrenó el año pasado en Zúrich, junto a Marina Rebeka (quien también debutó como Leonora). Del repertorio italiano, Beczala también interpretó canciones de Francesco Tosti y Stefano Donaudy, en las que demostró el carácter más suave y camerístico de su voz, y dos arias de la ópera Tosca, de Puccini: Recondita armonia y E lucevan le stelle. Cavaradossi canta ambas arias pensando en Tosca, pero aparecen en momentos diametralmente opuestos de la trama: mientras en la primera Tosca sigue siendo su ardiente amante, en la segunda está a punto de ser ejecutado. Sin embargo, como recordó Beczala en la clase magistral del día anterior, todo lo que pasó el personaje durante e incluso antes del comienzo de la ópera debe estar en la cabeza del cantante. La diferencia de carácter fue subrayada por su interpretación: la brillantez y el lirismo de Recondita armonia dieron paso, en E lucevan le stelle, a una atmósfera seria y sombría. Sin embargo, la misteriosa armonía del arte, celebrada en la primera aria, no se trasladó a la segunda. En E lucevan le stelle, le faltó algo de delicadeza, le faltó contemplación y, sobre todo, le faltó legato –hasta el punto de que, por citar un ejemplo objetivo, la frase “¡Oh! dolci baci, o languide carezze”, que además de ser cantada “con mucho sentimiento” debe estar todo ligado, habiéndose roto con una expresiva, pero indeseable respiración. Además del italiano, Beczala demostró su versatilidad cantando también en francés, ruso y polaco, su lengua materna. Desde su tierra natal, Beczala trajo una perla a Sudamérica: el aria de Stefan, de la ópera The Haunted Mansion, del famoso compositor Stanisław Moniuszko. Más que el patriotismo tratado en la ópera, Beczala, con gran sensibilidad, irradiaba el color y el alma de Polonia. Fue uno de los grandes momentos de la noche. Con razón recibió una ovación de pie. Otro gran momento del recital, más que eso, ¡lo más destacado! – vino de más lejos que Polonia: de Rusia. En ruso, además de canciones de Rachmaninov, Beczala interpretó Kuda, kuda, la gran aria de Lensky en la ópera Yevgeny Oniegin de Tchaikovsky. Esta ópera fue, de hecho, el último compromiso de Beczala antes de partir hacia recitales sudamericanos. El papel sigue vivo dentro de él. En 2013, vi a Beczala dar vida a Lenski en el Metropolitan, con Anna Netrebko como Tatiana y a Mariusz Kwiecien (otro polaco) en el papel principal. Fue una noche mágica, y el Lenski de Beczala contribuyó decisivamente a ello. Su kuda, kuda estuvo impresionante, las cuatro mil personas que llenaban el teatro empezaron a aplaudir sin parar. Han pasado casi diez años y, sin embargo, con piano, con otro sonido, con una realidad muy distinta a la de los escenarios neoyorquinos, pude encontrar a ese Lenski inolvidable. La belleza de las cuatro canciones de Rachmaninov merece atención. Fue el momento en el que más se sintió el piano, en el que Beczala compartió parte de su protagonismo con Radicke. Los sueños, los recuerdos y la conexión con la naturaleza impregnaron el canto y la poesía. El ciclo lo abrió el cortísimo y etéreo Son (sueño), la quinta canción del opus 38, donde todo es sólo un sueño. A continuación, la sencillez pastoril de Sirena (Lilas), parte del opus 21, precedió al más popular de todos: Nié poï krasavitsa pri mnié (Bella dama, no me cantes), sobre un poema de Pushkin. Es una romanza que comienza de manera onírica, pensando en los recuerdos que traen las canciones tristes, pero estos recuerdos duelen, el drama crece, hasta la reanudación del texto inicial. La admirable interpretación de Beczala cubrió todo este recorrido con sensibilidad y hermosa dinámica. La última novela, Vesennié vody (Las aguas del manantial), del opus 14, exige una buena dosis de virtuosismo por parte del pianista. Al igual que sucede en La trucha (Die Forelle) de Schubert, es el piano el que describe las aguas que, cuando comienza la primavera, emergen del deshielo. Y son estas aguas las que, en el canto, anuncian la primavera. Confieso que no pude escuchar claramente el destello de las gotas de agua brotando de las teclas de Radicke. Sin embargo, el resultado global, ni del piano ni de la voz, se vio comprometido: Beczala anunció la primavera. En francés, Beczala cantó L’amour! L'amour!... ¡Ah! Lève-toi soleil, de la ópera Roméo et Juiette, de Gounod, y, como extra, Porquoi me réveiller, de Werther, de Massenet. En la primera, a pesar de su fluido francés, sonaba un poco pesada, con la segunda demostró por qué actualmente se le considera uno de los grandes intérpretes de Werther. El fraseo fluido, un poco ausente en Gounod, así como el color oscuro de su voz, se aliaron, produciendo la cantidad justa de drama. De hecho, es más Werther que duque de Rigoletto. En términos generales, la implicación del cantante con el público aumentó durante el recital. Esto ocurrió sobre todo en la segunda parte, que se abrió con canciones de Stefano Donaudy, que produjeron en el público (y en el intérprete) más ganas de tararear que de implicación real, pero poco después llegaron Rachmaninov, Tchaikovski, Gounod, Puccini y Massenet. . A diferencia de la primera parte, cuyo dramatismo se dispersó con la inserción de las canciones de Tosti justo en el medio, en la segunda hubo continuidad, se construyó un ambiente dramático y musical consistente. Otra presencia constante fueron los ya mencionados agudos de Beczala. Insisto en ellos, porque no es sólo la nota aguda, golpeada precisamente, sino el camino que lleva a ella, la construcción de ese agudo, la forma en que brota, explota. Esto es lo más impresionante del canto de este gran tenor. Incluso con un repertorio tan variado –o precisamente por eso– echaba de menos el Lied alemán. Beczala pasó de la música de cámara a la ópera, cantando en italiano, francés, ruso y polaco. Sin embargo, dejó fuera el alemán, idioma que domina y en el que suele cantar. Salí lamentando que parte de las canciones italianas, que ni siquiera fueron compuestas para ser cantadas por cantantes del calibre de Beczala y que él cantaba mientras leía, no hubieran sido reemplazadas por un par de Lieder. Una última observación que es necesaria es que, como mencioné anteriormente, ya había escuchado a Piotr Beczala en vivo algunas veces. Todos, sin embargo, fueron con orquesta. Esto incluye un concierto en el Konzerthaus de Viena en 2016 con la Orquesta Filarmónica de Janáček dirigida por Łukasz Borowicz. Esta experiencia me hizo descubrir todo el poder de la voz de Beczala. En São Paulo, el piano de Camillo Radicke tenía la tapa completamente abierta, sin que la voz del solista hubiera sido tapada en ningún momento, y, sin embargo, puedo decir que no cantó con toda su potencia. Un piano es un acompañante muy diferente de una orquesta. Como buen cantante, Beczala supo equilibrar su voz al espacio y condiciones en las que cantaba y proyectarla a la perfección, cubriendo toda la sala. Como enseñó en la clase magistral, el cantante tiene que pensar en un gran radio, y cantar hasta la última fila, sin exagerar, sin extravagancias: eso es exactamente lo que hizo. Después de momentos tan duros y con pesados nubarrones cerniéndose sobre nuestro país, este hermoso recital que abrió la temporada de la Cultura Artística fue como las gotas de agua del deshielo del romance de Rachmaninov. Que esta primavera anunciada por Beczala venga para quedarse, como en la canción.